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Franz Kline: arte y estructura de la identidad

La Fundació Antoni Tàpies presentó una retrospectiva consagrada al pintor norteamericano Franz Kline (1910-1962), uno de los principales representantes del expresionismo abstracto. En opinión de otros artistas del grupo, como Jackson Pollock o Willem de Kooning, Franz Kline fue uno de los mejores exponentes de este movimiento artístico. Sin embargo, su obra no se ha estudiado ni analizado nunca con el mismo rigor que la producción artística de otros representantes del grupo.

Hay un factor básico que explica este olvido y es la idiosincrasia del propio artista, cuyo itinerario creativo no se ajusta a los estereotipos que suelen condicionar el estudio de la pintura norteamericana de postguerra. Estos estereotipos parten de la premisa de que la obra de un artista sigue una evolución lineal, y que por tanto, la obra de madurez corresponde al desarrollo de la obra de juventud. Sin embargo, esto no ocurre así en el caso de Kline, cuya trayectoria artística tiene dos etapas absolutamente diferenciadas y discontinuas.

Con esta exposición la Fundació Antoni Tàpies pretendía restituir el auténtico valor de la obra de Kline, definir el contexto de su proyecto artístico y facilitar el acceso al público a su auténtico significado histórico. La muestra recogía unas setenta obras del periodo 1947-1962, abarcando así toda la etapa de madurez del artista hasta su muerte. Teniendo en cuenta que se trata de un periodo relativamente breve, que la obra de Kline se halla dispersa en múltiples colecciones públicas y privadas de Estados Unidos y Europa, y que se trata de pinturas extremadamente frágiles, la exposición Franz Kline: arte y estructura de la identidad puede considerarse como una de las más importantes que nunca se hayan dedicado a este artista.

Esta exposición quería reflejar, por una parte, la estructura interna del corpus pictórico de Kline, y por otra, la articulación de un diálogo entre las obras y los problemas que el pintor encuentra en el curso del proceso creativo. La elección de las piezas incorporaba indistintamente obras en blanco y negro y obras en color, y en cambio, prescindía de las pinturas de la primera época, de carácter académico, consideradas menores y no embrionarias del Kline maduro. La muestra intentaba acabar con la idea preconcebida de que Kline solo pintaba en blanco y negro, y que cuando utilizaba color, se trataba de un simple añadido sobre la base del blanco y negro. El propio artista lo deja muy claro:

«No considero que el color sea un elemento añadido. Solo quiero sentirme libre de pintar en color o en blanco y negro. Yo pintaba originalmente en color y llegué al blanco y negro tapando el color. Luego empecé a pintar solo en color, con blanco y sin negro, y al final, en color y en blanco y negro. No persigo necesariamente el mismo objetivo con las distintas combinaciones. Aunque algunos digan que el blanco y negro es color, para mi, el color es otra cosa. En otras palabras, un área de azul intenso o la interrelación de dos colores distintos no es lo mismo que el blanco y negro. Cuando utilizo el color, nunca lo veo como un añadido o una forma de decorar la pintura en blanco y negro. Solo quiero sentirme libre de trabajar de ambas maneras. Y el hecho de que alguien utilice rosa, amarillo y rojo no le convierte forzosamente en colorista.»

La pintura de Kline manifiesta un distanciamiento respecto al resto de expresionistas abstractos, pero al mismo tiempo también refleja una serie de influencias recíprocas con algunos miembros del grupo. Así, la obra de Franz Kline no podría entenderse sin la existencia de Jackson Pollock, y sobre todo sin Willem de Kooning. Por otra parte, el grupo se comportó como tal, es decir, que sus integrantes compartieron amistad, ideales y estilos, conviviendo en el downtown neoyorquino y situando su «centro de operaciones» en el mítico Cedar Tavern de University Place.

La muestra quería contribuir al debate, planteado hace cierto tiempo, sobre la validez de la metodología y los criterios críticos e historiográficos aplicados al estudio del expresionismo abstracto en particular y del fenómeno artístico en general. Pero más allá de estas consideraciones, la exposición dedicada a Franz Kline ofrecía la posibilidad de contemplar, por primera vez en el Estado español, una obra de gran belleza, tensa, sutil, y en ocasiones impresionante.

La exposición se acompañó de un libro-catálogo profusamente ilustrado, con una introducción a cargo de Manuel Borja-Villel, Director del Museo de la Fundació Antoni Tàpies; un ensayo de Stephen C. Foster, comisario de la exposición; y textos de B.H. Friedman y Bill Berkson.