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La primera generación: mujeres y vídeo, 1970-1975


La primera generación: mujeres y vídeo, 1970-1975 presentaba una historia de los orígenes y la evolución del vídeo, y ponía de manifiesto el significativo papel de las mujeres en su creación y definición. La exposición comprendía treinta y cinco cintas de una duración que iban de treinta segundos a una hora, realizadas por veintiuna de las primeras videoartistas de América, Europa y Japón.

 

 

Esta muestra, que sumaba un total de diez horas de emisión, estaba introducida por unas breves entrevistas con las autoras e incluía muchas piezas que no se habían visionado desde los primeros años setenta.

 

Cuando, hacia finales de la década de los setenta, el vídeo entró en escena, el mundo artístico, como el mundo en general, se encontraba en un estado de efervescencia. Arte del proceso, earthworks, happenings, performances y arte conceptual ponían en duda la hegemonía de la modernidad dentro del mundo artístico, mientras que el feminismo, la revuelta estudiantil, la revolución sexual y el movimiento por los derechos civiles atacaban el statu quo político. Las mujeres poco a poco alzaban la voz, y las artistas empezaron a crear y reivindicar una imagen de la mujeres que desafiaba los estereotipos tradicionales.

 

El vídeo, a diferencia de los ámbitos de la pintura y la escultura -con una tradición detrás dominada por el hombre-, ofrecía a las artistas, quizá por primera vez, la oportunidad de trabajar en igualdad de condiciones con sus colegas masculinos. Libres de utilizar este medio de la manera que les interesara más, mujeres de todo el mundo provinentes de una gran variedad de disciplinas artísticas (pintura, escultura, cinematografía, música, teatro y danza) confluyeron en un uso similar del vídeo para investigar cuestiones personales y políticas referidas a la condición femenina y a la sexualidad. Las artistas aportaban contenido y subjetividad, y se aventuraron fuera de la preocupación por el material y la forma que caracterizaba la modernidad para revestir su obra de historia personal y de crítica social y cultural.

 

Así, al dirigir la cámara de vídeo sobre ellas mismas y su cotidianidad, y al presentar el mundo desde una óptica específica, las mujeres empezaban a controlar su propia imagen. En este proceso, redefinían la realidad mediante la reafirmación de la validez de las experiencias de mujer. Además, transformaban los monolitos predominantemente masculinos del minimalismo en «objetos desordenados, informales y a veces caóticos del postminimalismo». Así abrieron el camino para gran parte de la producción videográfica de los años ochenta y noventa.