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Mario Merz

Mario Merz nació en Milán el 1 de enero de 1925. Cuando era muy joven se trasladó con su familia a Turín, ciudad donde vive desde entonces. Fue en la cárcel, mientras cumplía una condena por antifascista en el año 1945, cuando Merz se sumergió en el mundo del dibujo. Ejecutaba sus primeros trabajos según un método que consistía en dibujar sin levantar el lápiz del papel, de modo que «grababa» lo que veía y sentía a medida que lo iba viviendo.

Los primeros dibujos de Merz ya definen las futuras coordenadas de la evolución de este artista: una combinación de denuncia social e investigación personal de nuevos lenguajes estéticos.

Si inicialmente desarrolló una estilización trabajada, poco a poco evolucionaría hacia un uso más brutalista de los materiales, incorporando a sus obras objetos simples.

Hacia mediados de la década de los sesenta, Merz introduce por primera vez diversos elementos en la superficie de las telas con las que trabaja. Se trata de botellas, paraguas, gabardinas y otros objetos que combina con luces de neón, materiales que no abandonará nunca más. Naturalmente, este giro en su trayectoria es fruto de un proceso artístico y vital iniciado en los años cuarenta, en que Merz se impregnó de la lectura de Kafka, Pavese, Steinbeck, y sobre todo, Leonardo da Vinci, así como del trabajo de Picasso, Braque, Morandi y Casorati.

Poco antes de realizar estas nuevas experiencias artísticas, que se materializaron en su primera exposición individual en la galería Gian Enzo Sperone de Turín (1968), Merz había mantenido una estrecha relación con otros artistas, críticos, escritores, filósofos y activistas políticos de su generación, con los que formuló colectivamente una nueva idea estética caracterizada por su anti-elitismo y basada en el uso de materiales humildes extraidos de la vida cotidiana y el mundo orgánico. Los resultados de esta nueva concepción estética fueron definidos como arte povera por el crítico italiano Germano Celant, con motivo de la exposición colectiva que tuvo lugar en Génova, en 1967.

Merz destacará muy pronto entre estos artistas por el carácter genuino de sus soluciones artísticas. 1968 representa un hito importante en la trayectoria creativa de Merz, sobre todo por el hecho de que adopta por primera vez un motivo característico de su producción: el iglú. En el esfuerzo por producir nuevas superficies pictóricas que además estuvieran alejadas de la tradición escultórica, Merz creó unos hemisferios, espacios absolutos en sí mismos. El iglú es una forma metafórica con la que el artista italiano pregona que el arte es transitorio y siempre cambiante. Al mismo tiempo, Merz iguala al artista con los nómadas, siempre en movimiento: su casa está en todas partes, en contacto con la naturaleza y la cultura. Construidas con armaduras de metal segmentadas, las estructuras hemisféricas están cubiertas de redes, arcilla, cera, cristal o ramas. A menudo, estas semi-esferas incorporan frases políticas o literarias hechas de neón.

Durante la década de los sesenta, Merz aplicó a sus trabajos la fórmula de la progresión aritmética de Fibonacci, un científico italiano del siglo XIII. Según esta fórmula, cada cifra de una enumeración es la suma de los dos números que la preceden (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13 …). Las instalaciones de Merz basadas en la progresión de Fibonacci consistían, por ejemplo, en piezas de cristal alineadas sobre un muro, y debajo de cada una de ellas figuraba el número (en neón) que le correspondía según la fórmula medieval.

La exposición organizada por la Fundació Antoni Tàpies desarrollaba los temas característicos de la iconografía de Merz, de modo que la aproximación creativa del artista quedaba plenamente proyectada y su espíritu genuino se hacía manifiesto.

La selección llevada a cabo por Gloria Moure, comisaria de la muestra, respondía al deseo de evitar cualquier posible lectura lineal de la producción de Merz. Con ella se pretendía proporcionar una comprensión global de las complejidades y contradicciones que conforman la simbología merziana, así como ilustrar la variedad de recursos técnicos utilizados por el artista italiano.

La exposición dio prioridad a la instalación de obras dentro del recinto de la Fundació. En este sentido, resultó de un valor incalculable la participación del mismo artista, conocedor de los espacios de la Fundació y cómplice absoluto del proyecto. Merz hizo una relectura de las obras seleccionadas y estableció un nuevo vínculo unificador mediante una obra realizada especialmente para la exposición.