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Lygia Clark

La obra de Lygia Clark (Belo Horizonte, 1920 – Río de Janeiro, 1988) propone un cambio profundo, un salto conceptual con implicaciones a largo alcance para el arte, la cultura y la vida en general. La actividad de Clark, especialmente desde 1963, busca el desplazamiento y la deconstrucción de los conceptos de artista, obra y espectador, conceptos que transforma de manera individual y en sus interrelaciones.

Clark rechaza la definición del artista como creador deificado, distanciado de un espectador que, ante la obra como representación de las necesidades poéticas que él mismo es incapaz de comunicar, se mantiene en una completa pasividad. Por el contrario, Clark entrega la autoría de la obra al espectador para que deje de comportarse como tal, redescubra su propia poética y se convierta en sujeto de su propia experiencia.

En cada estadio de su proceso creativo, Lygia Clark redefine y reconstituye su público. De este modo, el visitante que contempla una obra en una galería de arte se aproxima al participante, que cambia el objeto situado frente a él. Después, el espectador es invitado a crear o utilizar un objeto, a partir de unas instrucciones escritas, o bien la propia artista le inicia en experiencias de grupo, inicialmente en el recinto del museo, y más tarde en la calle y los espacios públicos. Las propuestas de los años setenta incrementan la estimulación recíproca y la invención del espectador (en esa época, la artista trabaja con un grupo de estudiantes de la universidad parisina de la Sorbona, excluyendo al público de su actividad artística). Al final, el espectador se convierte en “paciente”, comprometido con Clark en un intercambio recíproco, una especie de intercambio experimental. Según su experiencia, el intercambio es más eficaz cuando el “paciente” está más alterado o muestra mayores disfunciones en el ámbito psicológico. Sin embargo, eso no le impide a Clark abrir su obra a cualquier persona dispuesta a aventurarse, capaz de experimentar “una forma de conocimiento interior” en el proceso de manipulación.

El trabajo de Lygia Clark se sitúa finalmente en la frontera entre el arte y la clínica, con la finalidad de que uno y otra recuperen su potencial de crítica contra el modo de subjetivación dominante. Clark estaba convencida de que revitalizando el campo del arte mediante las técnicas psicoterapéuticas, los individuos podrían reinventar su propia existencia. Con los Objetos relacionais, su última obra, la artista se acerca todavía más a su objetivo. Pequeñas bolsas de plástico o tela llenas de aire, de agua, de arena o poliestireno; tubos de caucho, rollos de cartón, trapos, medias, conchas, miel y otros muchos objetos inesperados se desparramaban en el espacio poético que creó en una habitación de su casa y que denominaba “consultorio”. Se trataba de los elementos de un ritual iniciático que la autora instauró a lo largo de “sesiones” regulares con cada receptor.

La exposición que presentó la Fundació Antoni Tàpies significó un reconocimiento a la importancia de la obra de Lygia Clark, ampliamente ignorada por el mundo del arte en vida de la artista. Sin embargo, esta muestra se enfrentó a un dilema complejo, al intentar organizar y exponer una producción artística que escapa al museo y al mercado del arte, que no reconoce al artista como creador de objetos únicos, y busca otro destino para su práctica y sus exploraciones.

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