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Indivisuals

¿Estaría usted dispuesto a llamar gratis por teléfono desde una cabina pública pero a condición de que todo el mundo le escuchara?

¿Le importa publicitar su vida frente a los demás cuando, por ejemplo, utiliza su teléfono móvil?

¿Se da usted cuenta de que gracias -en parte- a las tecnologías observamos la realidad a través de los ojos de los demás?

¿Ha notado que desde que tiene correo electrónico y teléfono móvil trabaja usted más pero también se siente más tranquilo y reconfortado?

¿Percibe el espacio público como si de un escenario se tratara, poblado de actores y actrices que interpretan sus propios papeles?

Preguntas de este tipo son las que la exposición Indivisuals pretende plantear al espectador. Nueve artistas reflexionan desde ópticas distintas sobre cómo la percepción social se ve mediatizada por la tecnología y las técnicas dominantes de socialización. Pero sin grandes artilugios, sólo sometiendo nuestras actitudes sociales cotidianas a una suerte de experimento, a varios experimentos.

Indivisuals no es una exposición de tecnología. Quien busque «fantasías tecnófilas de ayer y hoy» no las encontrará aquí. Pensar críticamente sobre los medios y sus prácticas reales significa forzar las tecnologías a hablar de cuestiones e intereses que quedan más allá de sí mismas. Las reflexiones planteadas en Indivisuals no nacen en ningún caso de las máquinas, sino de razonamientos sociales, que posteriormente son sometidos a la mediación tecnológica. Cosas de las que todos sabemos mucho.

La tecnología que tenemos es resultado de la progresiva desaparición del espacio público, de la erosión constante del compromiso social y de la enorme soledad social y política en la que vive el individuo moderno. Se ha acusado a las tecnologías de aislar a la gente, y de que, mediante el confort que ofrecen, han metido a la gente en su casa o la han hecho replegarse hacia su interior. Sin embargo, la tecnología no ha provocado ese efecto: la tecnología sólo es el espectáculo que convierte este proceso en algo fascinante. La realidad última es la urgencia del hombre moderno por comunicarse con los demás, por expresarse. Privado de canales de expresión política, laboral y social; de espacios de socialización «comprometida» más allá de la fábrica o de la oficina y sometido al bombardeo de un espacio común, basado únicamente en el consumo y en el espectáculo, el individuo moderno está obsesionado por hablar con los demás.

Las tecnologías de comunicación e información (TCI) ofrecen sitios ideales para ello. La conectividad lo es todo en el discurso social actual, porque crea espacios comunes. Sin embargo, no crea comunidades más vinculantes. Las TCI se han convertido en el propio espacio social, atendido por entes «indivisuales» que se comunican entre pantallas, cristales, visores, entre botones, persiguiendo una solución al vaciado social que impera.

Por otro lado, la sociedad actual ha adoptado como valores esenciales la movilidad y la portabilidad. La implantación de las TCI portátiles y el uso que la gente hace de ellas nos indica la necesidad de replantearnos lo que consideramos «privado» y «público»: al llevar nuestra privacidad al espacio público, y el espacio público a nuestro mundo privado, se desdibujan las fronteras y las funciones clásicas que el individuo capitalista había asignado a ambas categorías.