Año Francesc Català-Roca

Con motivo de la celebración del centenario del nacimiento del fotógrafo Francesc Català-Roca, mostramos algunas de las fotografías que le hizo a Antoni Tàpies a lo largo de los años, junto a un artículo de Laura Terré, historiadora de la fotografía, que lleva a cabo el comisariado de los eventos del Año Català-Roca:

 

Antoni Tàpies, héroe obrero en las fotografías de Francesc Català-Roca

 

Igual que algunos de sus contemporáneos fotógrafos, Català-Roca llevó a cabo la documentación de la resistencia silenciosa que había optado por quedarse en España durante la dictadura. Así, como hicieran Colita, Pilar Aymerich, Ramón Masats o Leopoldo Pomés, escogió el retrato de los protagonistas de la cultura como reportaje de la lucha silenciosa que estaban llevando a cabo contra la represión y la censura. Una lucha cuya forma de expresión resultaba ininteligible para el poder, no por ello menos hiriente. Concretar la personalidad de aquellos héroes, fue la misión de los fotógrafos testigos de su tiempo. 

 

 

En la épica del retrato del artista comprometido, los creadores no posan luciendo sus laureles, satisfechos y triunfadores. Los pintores y escultores, grabadores y ceramistas, como portentosos héroes en los frisos de la antigüedad, son captados en plena acción. Ejercen la fuerza de sus músculos, emplean las manos y los pies, como atletas en el estadio. Estos reportajes demuestran que los artistas visuales son vitales y su forma de creación es la lucha cuerpo a cuerpo contra esa divinidad que es la obra, para dejar el rastro estético de un trazo, de una forma, de un surco, de una huella. Así, vemos cómo tantos otros fotógrafos de su tiempo crearon imágenes asombrosas a partir de las hazañas de esos semidioses en trance: David Douglas Duncan fotografiando a Pablo Picasso, Cartier-Bresson a Giacometti y a Henri Matisse, Barbara Morgan a Martha Graham, para nombrar solamente algunos de los más conocidos, y Hans Namuth, famoso por sus fotografías de Jackson Pollock, que también tuvo ocasión de fotografiar a Antoni Tàpies en su estudio de Campins en 1961. Català-Roca también tuvo el privilegio de documentar el trance de la creación en los estudios de Joan Miró, en los paseos con Salvador Dalí, en el taller de Josep Llorens Artigas, de Eduardo Chillida y, en este caso, de Antoni Tàpies. Observando las fotografías que les hizo en acción, nos damos cuenta de su importancia para la comprensión de la obra. Mientras que los cuadros se nos presentan en una simultaneidad instantánea, en lo eterno, a pesar de estar construidos por fases, con su arranque y su final, la fotografía, en cambio, se presenta como una secuencia en la que seguimos los movimientos internos de la imagen sometida al tiempo causal que nos sugiere, inconscientemente, su antes y su después.

 

La pintura informalista ejerce sobre nosotros la fascinación de una playa desierta llena de pisadas. Al mirar, descubrimos direcciones, interpretamos los gestos de los fugitivos, la fuerza de la zancada, los rastros perdidos… Las piezas de Antoni Tàpies son esas playas, o muros rallados por los carros, horadados por la metralla o, simplemente, sábanas sobre blandos colchones hundidos por los cuerpos, en los que su autor va dejando, de manera física, a veces con la brutalidad del golpe, a veces con la suavidad de una pincelada, el rastro de su camino estético. Mirar el cuadro es verle pintar. Adivinar cuál ha sido el inicio, la primera decisión con la que desgarró el vacío. Y también cuál fue el trazo de despedida, el momento del abandono, el instante de la satisfacción íntima de haber alcanzado ese algo hasta el momento inexistente, inexplicable para el intelecto, que solo se expresa a través de la visión de la “cosa” en sí.

Las fotografías que captan al pintor en acción son un complemento para nuestra imaginación, hacen aparecer su figura sobrevolando los gestos impresos en la obra. El fotógrafo siempre será un intruso en el estudio. Pero nunca podrá ser un voyeur robando imágenes íntimas como en la fantasía que obsesionaba a Picasso del pintor espiando a su musa. La presencia del fotógrafo en el estudio del pintor es la de un compañero de danza. Solo el fotógrafo que se deja llevar por los movimientos y no estorba, que tiene la capacidad de desaparecer, puede convertirse en testigo de esa intimidad que ansiamos conocer del acto creativo.

Francesc Català-Roca era un fotógrafo de ese estilo, así querido por los artistas, que acabaron consecuentemente siendo sus amigos. No les importaba su presencia por muy cercana que fuera. Mientras él fotografiaba, ellos podían trabajar concentrados aparentando esa soledad necesaria para la creación. El efecto resultante es potente, mágico, como el parpadeo de un flashback sobre la imagen pictórica que nos ayuda a reseguir la acción del autor sobre el cuadro. Vemos al pintor agitarse y sudar, lanzar la materia contra el soporte con fuerza, ensimismarse en la contemplación de un pequeño detalle de primer plano o, al contrario, empequeñecerse en el contexto del estudio rodeado de obras gigantescas. 

 

Català-Roca ha retratado a Tàpies de manera especial, supo encontrar su carácter en su manera de trabajar. En alguna foto lo muestra como un artesano, un carpintero con sus dedos anchos ensamblando una pieza. En otro retrato parece un colchonero mientras airea la lana. En otra fotografía, la materia descansa en el suelo como la harina del panadero a punto de ser amasada. Son tan serios los gestos, tan precisa su descripción, que comprendemos que en estos retratos de taller Català-Roca no solo está documentando a Tàpies mientras trabaja, sino que está llevando a cabo un homenaje a los oficios ancestrales que el artista aplica a su trabajo con el mismo esfuerzo, aunque con distintos resultados. Un homenaje también a la materia prima del arte en manos de un autor obrero, que posa delante de los cuadros con su delantal manchado como quien acaba de engrasar una máquina en el taller. 

 

 

Hay una fotografía especialmente mágica en la que se ve a Tàpies alzando un tamiz por el que se filtra la arena. Català-Roca opta por un punto de vista en contrapicado y, sabiamente, logra que la luz impregne la carga volátil. Es el retrato de un Zeus enfurecido sujetando el sol y dirigiendo sus rayos. ¡En esa imagen hay tantos elementos para conocer al pintor! Català-Roca es consciente de su función de retratista, pero no aísla jamás al personaje, no lo aparta de ese trasfondo de la acción que le dará vida, profundidad y realidad. A la vez, el reportaje jamás se emborrona: nunca deja de ser retrato, nunca perdemos de vista las facciones del pintor, esos ojos fijos, invariables, como recortes de un collage. Ojos siempre severos, midiendo, calculando, pesando formas con una cierta concentración metafísica. 

 

 

Català-Roca conocía bien la viveza de esos ojos que miraba durante las charlas informales como amigo del pintor, pero es evidente que, al fotografiarlo, no olvidaba el hipnotismo que ejercían esos ojos en sus autorretratos surrealistas. Podemos pensar que esperaba a que llegara ese momento de enajenación en que la cara se convierte en máscara. Pero, mientras que el ojo pintado en un cuadro se carga de significados, en la fotografía ahuyenta cualquier tentación simbólica. Lo que vemos es lo que está ahí. Más allá, según le gustaba advertir al fotógrafo, lo único que resuena es el eco de nuestras preguntas y pensamientos: ¿qué estará, en realidad, calculando? ¿Qué estará construyendo? ¿Dónde estará su mente? 

Además de los retratos que le hacía al pintor, Català-Roca también reprodujo las obras una vez acabadas. Reproducir un cuadro quizá sea para algunos una función “fácil”. Pensamos que todas las decisiones que hay que tomar son automatismos de la cámara. Sin embargo, conocemos la mayoría de obras de arte a través de las sabias decisiones que un fotógrafo determinado ha elegido para encontrar el mejor ángulo, el momento de la luz o la exposición para lograr la profundidad de campo que enfocará todos los detalles, etc. Si la fotografía se popularizó al demostrar su capacidad instantánea para el retrato de las personas, el arte se popularizó con la fotografía, gracias a su capacidad inusitada hasta entonces para hacer de las obras lejanas e inaccesibles objetos portátiles y al alcance de todos los bolsillos, desde el momento que las grandes obras de los museos se vendieron como postales. Aún así, la reproducción de un solo cuadro evoca solamente su existencia, no logra substituirla. 

 

Pero el fotógrafo también puede crear una obra nueva, insólita, arrancada del fluir creativo del pintor. Mientras Tàpies trabajaba en su estudio, Català-Roca retrataba las piezas en proceso que descansaban apoyadas en las paredes. Son volúmenes que, unos junto a otros, componen una pieza autónoma cuando la vemos congelada para siempre en la fotografía. Desde el punto de vista del resultado fotográfico, podríamos considerar estas composiciones como un retrato de familia en el que se muestra la constelación que enlaza a unos personajes con los otros mediante parecidos y diferencias. Como muchos de esos cuadros los conocemos tal como se muestran acabados en los museos o en los libros de arte, podemos ver en qué momento se encontraban respecto al desenlace final. De la misma manera que vemos crecer a los niños en los retratos de familia, en las fotos de Català-Roca podemos ver los cuadros de Tàpies en proceso, con las dudas al descubierto y los sentimientos infraganti. Estas fotografías ofrecen muchos elementos para comprender el momento preciso en la evolución creativa de su autor. 

 

 

Català-Roca retrató con ironía la sociedad de su tiempo, pero con veneración hacia los héroes del arte y la cultura. Los personajes presentes en su galería de retratos lo definirán mejor que su estética, que sus encuadres, que su manera de entender la luz. Sentía con ellos, vivía con ellos. Captar la personalidad de esos héroes, sus rasgos humanos, fue parte de su misión como testigo de su tiempo. Y, de igual manera que los registros de las obras efímeras del arte contemporáneo son imprescindibles para conocer determinadas corrientes artísticas, ya no podremos obviar estos documentos íntimos si queremos conocer a fondo la obra de sus autores.

 

Laura Terré

Comissària de l’Any Català-Roca

 

 

© 2022 Laura Terré para la Fundació Antoni Tàpies.

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